Mientras las cárceles se deshacen con ácido en vena, las ojeadas se esparcen en mitad de un callejón con las aceras más limpias que antes de ayer y sin cubos de basura repletos de mentiras y barro de engaño.
No me muerden detrás del cuello sosteniéndome en un montón de hierro viejo. No hemos tenido ni tiempo ni venganza para acabar con los cabos sueltos de una mañana fría y de una noche de verano, anclada a un libro negro pegado a la espalda.
Ahora sigue sonando la misma canción de hace dos años, pero del revés, y sin llanto anegado debajo de la almohada.
Y sigues ahí hasta cuando los retazos de mi memoria se disuelven y vuelven a no creer en nada, siquiera en mí, ni en los besos que nunca me has dado pero que siempre tuve demasiado cerca.
Tal vez suene el despertador como cada día y me levante pensando que todo va a ser un único espejismo sin salida, pero ha llegado demasiado tarde y la memoria en una mano suele ser menos frágil que si me cortas lo único que tengo.
Mientras mi afonía pliega acordes en los pasos que marcas cuando me limitas, el frío me encoge de hombros.
Y espero donde siempre engañando al frente entre unas baldosas obscuras de una sin razón anciana, recogiendo las horas como sobras ahuyentando lo de hace tiempo, ya no hiere.
Tu espalda me insinúa como luces de neón en una puerta sin salida de emergencia cobrándome peaje al por menor sin fragmentos de órganos en la cama.
Mi estática sonrisa echa de menos todas las noches que el reloj marca las tres y echa de más cada mañana que llego tarde, uno solo y sin prisa sin mezclarte en el café.
Me prolongas por tu recorrido de carretera para alcanzar lo que quiero andando tras la fantasía que carcome por mis ojos, mientras, yo te sigo por palabras.
Y es que no estamos hechos de porcelana para seguir bebiendo de esta copa que está tan fría recordando algo más que un ensayo.
Mientras mi afonía pliega acordes dejo hundirse letras en el tintero donde el frío me encoge de hombros pero te miro de frente y no es tan malo, es un riesgo que da la cara.
Te ofrezco cien hojas consumidas por el humo para que no juegue el enfado y nos baile en los huesos el aire y me reste.
Porque se cuece el invierno en los golpes de mis rodillas, por cogernos el suelo saltando, por doblarlas tantas veces impares.
Necesito de nada para desfigurar mis días tostados que son tus noches sin mermelada en la cubierta; no derrames de cerca dos besos por una mentira porque los desayunos en tus ojos no tienen aroma plantados en una maceta con un aviso entre las hojas.
“A medio lamento mañana no estaremos fuertes”.
No entiendes, tendría que quedarme a vivir en el bolsillo de los restos mientras todo lo de ahí fuera sigue pronosticando que huele mal.
Donde tengo las de perder.
No me arrimo a ninguna orilla por las cosas que me debes.
-¿Qué haces? -Pensaba en ti. -¿No me habrás llamado para decirme esa estupidez?, no pierdas el tiempo. -¿Por qué eres tan dura conmigo? -Porque no quiero que hagas esto. -¿El qué? -Preguntarme, ni que me llames, ni pensar en mí. -¿Por qué no? -Ya sabes por qué -No, ¿por qué?
Me aprisionó un silencio desconcertado, deseando por primera vez que la llamada se cortara o que estallara el teléfono de repente.
-Lo que quiero es una respuesta. -Dijo insistiendo. -¿Sabes? tengo ganas de ver esa sonrisa, es el único lugar donde me dejas entrar.
Cabizbaja, recordé cuando me dijo que las verdades son medias sin carreras a lo largo de unas piernas bonitas.
-De una sonrisa no se puede querer. ¿Sabes por qué? -Espeté convencida de mi pregunta. -Porque tus labios no están hechos para morir en el intento. Porque no necesito depender de tipara sentirme querida, no tengo que regalarte lo que me falta, siquiera la falda, ni la lencería doblada todavía en el segundo cajón. Si así fuera te debería mucho más que tú a mí pero tú no te das cuenta. Seguramente me dirás que me quieres todos los días hasta que te convenzas de que es una palabra que pierde significado y te irás, haciendo hoyos bajo tierra.
Te llevarás la suma de mis maneras aún sabiendo que no puedo darlo todo, habrá despedidas en una puerta muda aunque se caiga el cuadro que está junto a la puerta y siquiera nos reconocerán nuestros ojos donde tantas noches me hablaban a oscuras. Entonces, ya no habrá escapatoria. Serás esa canción que no podré volver a sentir, escuchando una voz que dice “Let there be love” , serás ése otro al que le escriba más muertes, desórdenes y un fracaso más entre la tinta de unas hojas que probablemente acaben en el mismo lugar donde empezaron, en la basura.
-El único problema que tienes es… que eres una cobarde. -¿A qué viene eso? Si pretendes cabrearme… -Déjame hablar a mí, creo que tengo el mismo derecho a sublevarme. ¿No?
Me quitó la palabra con un talante que no había visto antes en él, se entre oía una sonrisa inhumanaen donde el después se convertiría en un lobo a punto de lanzarse contra mí para quitarme la razón a toda costa y el hecho de cortarme con firmeza hizo menguar mi seguridad.
-Tienes miedo a que se te erice la piel con un beso, a darlo todo sin darte apenas cuenta y sentir que no puedes estar mejor, el problema es que crees que las ilusiones son sacos rotos que se desmoronan con sólo una palmada en la espalda al minuto siguiente, crees que todo va a salir maly tienes pánico al fracaso cuando estás metida de lleno. Vas con pies de plomo observando lo que ocurre a tu alrededor, sin actuar. Siempre sales corriendo cuando estoy cerca. Siempre huyes de ti misma, cuando sabes de lo que eres capaz. ¿Me equivoco? Dime la verdad.
Me sentí por momentos como profanada por aquel tipo, pero para mi desgracia, tenía toda la razón.
-¿Piensas que porque te crees que me conoces, voy a darte una oportunidad? Las oportunidades cazan mariposas en una red de alambre y yo no voy a ser quién caiga en ésas redes, al menos, en las tuyas.
-Tal vez no te has dado cuenta, pero ya has caído. -Respondió con la misma seguridad de antes, como si la vida le fuera en ello. -¿Tú crees que es tan fácil? -Pregunté con la única voz que me permitían mis ojos, ensimismada, estaba a punto de romper a llorar. -Sólo creo lo que te niegas a admitir. -Entonces seguirás dando vueltas en balde. -¿Pero… me escribirás? -Me preguntó como si mencionarlo en mis letras significara una esperanza.
Pensé con la certeza de que si le dedicaba una sola letra del abecedario, tal vez se olvidaría en el cajón de la lencería, en el cenicero de los cigarros apagados o en algún libro con una flor seca enuna página de esas que prefiero guardar para el recuerdo.
-Nunca lo sabrás.
Colgué el teléfono en acto seguido y lo que no le dije es que siempre lo haría a escondidas.
Te gustaría abrirme de una bocanada para desencajar de una orden lo que simulo estirándote sobre mis brazos escuálidos, donde dices que nunca mientes cuando escupes que no eres el mismo.
Siempre llegas eterno haciendo cosquillas al suelo, coleando a media manzana hacia la chica de mirada insuficiente presumiendo que puedes ganar. Deambulando despierto, crees tienes derecho a morderte el labio al reírte deseando dos pares de piernas mal pagadas, y sentirte mejor que nunca.
Crees que la quinta esencia es una burda invención con escrúpulos innecesarios, por ello, prefiero entender lo que no crees para sentirme a salvo y despedir de una vez y desarmando de un portazo la madera hueca por la punta de la mediocridad.
Tendría que malversarme de rencores, de la utopía, la mala sangre, los besos largos, las medias rotas, el sexo medio seguro, de un sin nosotros, de ti, de todo, de nadie.
No puedo costearte el viaje porque no te menciono a boca grande para desvalijar mis deseos retumbando mi estómago con una eufonía al vacío, más que nada, porque aquí no hay mercaderes de sueños.
La carnaza se respalda entre los mil pliegos de bocas rajadas con sabor a menta fresca y colonia de marca por la media calzada hacia la nuez de Adán. Me dijo que me echaba de menos, que mi sonrisa le recordaba a una nueva copa de ron.
Lejos, donde nadie cuela las mentiras y las verdades se convierten en medias, se hacen caminos a voz en cuello en forma de fracciones borrosas.
Las malas caras me invaden porque no sé, no entiendo de lenguas jadeantes y días vespertinos en un acomodado agro sembrado junto a forrajes enfermos. No entiendo de miradas empolvadas ni de promesas que entienden de lluvia ácida a ras de ojos caídos.
No hay invitaciones cuando las apuntas con el revólver ni copas llenas cuando hablamos de si te cuelgo a un lado de la pared. Mis miedos son sólo míos y si no tengo boca para besarte cámbiame por otra copa de ron.
Llegado al final de los puntos suspensivos tal y como escribió Joaquín Sabina, no veo mucho cauce para asomar la frente y pasear cerca de la orilla por si acaso alguien te arroja y no tiene la decencia de salvarte, algo así pasa con la palabra más famosa del mundo, amor, algunos la tienen como peregrinación cada semana, hay quien tiene suerte y lo sostiene haciendo malabares sin que haga una escapada, existen los que no quieren oír ni hablar del tema, y otros, sencillamente no están.
Te inventas un beso y te relato un cuento, esto es propio de los que usan la palabra en vano para alcanzar propuestas indecentes al principio del camino, cada respuesta incoherente puede ser una trampa mortal a los ojos de quien no nos quiere ver como una costumbre habitual. A ratos largos recuerdo la infancia porque era la época más bonita de mi corta vida, tenía todo lo que podía imaginar, todos los sueños en una caja de muñecas y la sonrisa inocente que aunque sigue persistiendo ya no es tan cándida. Respiraba otro ambiente a mi alrededor que resultaba sereno, era un olor a Chupa chups de chicle y palomitas de maíz dulce. A solas, me imaginaba como sería cuando tuviese dieciocho años y la realidad se ha hecho suspicaz en el trastero de mi mente pequeña, nunca me imaginé tal y como surjo en la película de cuento ya que se fue haciendo cada vez más tórrida. Recuerdo que quise ser veterinaria, enfermera, amazona y mil historias de princesas de cuento con un fueron felices y comieron perdices. Las perdices debí comerlas hace mucho tiempo atrás y la felicidad empecé a suponer que no existe en su totalidad. Los cuentos, se fueron arrastrando hasta las alcantarillas y no me dejaron leer más besos de mentira, nunca entendí porque Blancanieves tenía que esperar al príncipe para despertar de su lánguido sueño, tal vez, se hacía cadáver para que él no volviera.
Observo historias de graffiti pintadas en los ojos de los demás, me gustaría convencer a aquellos de miradas marcadas en las que se late decepción, que todavía puede haber un cuento para cada uno y que no es mentira. Debe ser que me queda todavía un viaje infinito en el que me toca averiguar si la felicidad no es una falacia, como cuando me preguntan que tal estás y contesto que no me puede ir mejor.
Me apetece beber del suelo y que las raíces notifiquen que hay un raíl con salida, con retales de pretextos sin un nombre bordado en una esquina y verte llegar algún día, sin palabras que dormiten mis sentidos, sin pedidas de mano en un antes de ayer, sin caracolas muertas bajo el alarido de una mujer que no soporta que sus ligas sean tirantes.
Me apetece ir más allá donde nunca he estado e imaginarme tu rostro por la ventana sin pensar, nunca me gustó hablar cuando parpadean los campos ni cuando me hablas sin escuchar una palabra. Nunca me gustó tocar lo que en sueños no me hace daño.
No es nada, tan solo unas palabras de aliento he llevado la mente caliente, el corazón frío y un par de piernas templadas para seguir adelante. No es nada, sólo son mis viejas pertenencias y mis nuevas defensas.
Me apetece robarte el llanto y llevarlo lejos conmigo donde siempre hallaré la correspondencia, el rincón de las canciones, escribir frases gravadas en un óleo en blanco y negro y dibujarte la sonrisa a media asta. ¿Por qué?
Esta noche descuida porque mis labios están sellados, es extraño pero hace tiempo que no abro la boca porque no tengo sed y mi cuerpo poco a poco consume el alimento propio abastecido entre humos, huesos, piel y sangre y un montón de vísceras que no alcanzo a comprender. Mi cuerpo es frágil y apenas unos kilos llegan mas allá de la sonrisa de una sombra aunque la mía sólo devuelva en algunos casos muecas fruncidas. Hace unas noches alguien me dijo algo en lo que nunca me había parado a pensar. La conversación taladraba de la siguiente manera:
-Recuerdo que ayer me dijiste que las preguntas no caducaban.- Me dijo él -Sí, cierto, ¿tienes alguna? -La verdad es que no, pero ya que estamos hablando, me gustaría que quedáramos algún fin de semana ya que no tengo nada que hacer y si tú tampoco … nunca rechazo dar una vuelta a Media Markt. ( Mi asombro no sé si fue que realizó la oferta como si yo le hubiera invitado o ir a dar una vuelta a ver tecnología en una tienda) -Sí, claro algún día ya te diré algo. Perdona pero … me tengo que ir, llego tarde. -Espeté. -Sabía que ibas a decir eso. -¿Cómo lo sabías? -Porque siempre te vas ocho minutos antes de la hora en punto. -Debe ser algo sintomático. -Comenté sin ninguna importancia. -Eres como un reloj cien veces adelantado, ahora estás y en una milésima de segundo no dejas ni la sombra de tu fluidez. Espero verte de nuevo. -Algún día nos veremos. ( La última vez que dije eso creí que no volvería a verle y reapareció entre las palabras una de mis muecas fruncidas) -Me hace gracia las caras que pones cuando me mientes. -No eres el único que me ha dicho eso.
Después de ésta conversación me pregunté si él me había captado en unos meses lo que nadie había visto nunca, después de mi tropiezo con un estudiante que iba para bombero no vinieron muchos más, un triángulo amoroso de tipo viuda negra con la determinación de sexo xy se cierne a pocos metros y yo sólo puedo tejer una telaraña y salir por la primera salida de emergencia. Me sigo defendiendo, nunca lo he negado, pero la libertad es muy cara de conseguir y yo todavía no he despegado las alas.
Odio los poemas de amor en mensajes de servidores de baja calidad, los maremotos en forma de preguntas, los te quiero en dos días, los de una semana y creo que todos los tiempos habidos y por haber, un ramo de flores sin flores, la frase de “yo no soy como los demás“, las promesas que nunca finalizan, odio las risas inocentes de un comienzo porque nunca lo son, odio que me llamen con un diminutivo y que echen abajo los cimientos de mis opiniones, odio, sobre todo, que vigilen lo que no soy.
Siempre llueve los catorce de cada mes antes de anochecer. Nunca me gustó dormir con peluches porque al despertar yacían debajo de la cama en un rincón, no sé si era sonámbula y lo hacía inconscientemente con el propósito de alejar la mentira de apego exánime o simplemente lo dejaba caer por los malos sueños y vueltas en la cama. Ahora meramente sueño con personas desconocidas, grito sin que nadie me oiga y algunos más tétricos que prefiero no inmortalizar. Hay pequeñas cosas que hacemos sin darnos cuenta y que se prolongan con el tiempo, desde que tengo uso de razón se menciona un sonido único y que ha formado parte de mi vida y creo que no podría vivir sin él, es la resonancia de la puerta cuando la cierra mi padre. Él tiene todo lo que nos falta a los tres y el que me levanta sin mediar palabra, él no lo sabe pero me ha enseñado más que todos éstos años de estudiante y Ella que es la persona por la cual tengo el nombre, es la dedicación y la admiración por la lucha.
La vida me trató como pudo y aprendí a crecer antes de tiempo, lo cierto es, que no tuve grandes problemas, los orígenes eran ajenos pero todos me afectaban, supongo que lo que conlleva a poder ilustrarse desde el otro lado es aprender a mirar a otros y de paso aprender a llevarlo con la cara alta y los pies en el suelo. Siempre hay un comienzo y yo creo que he retomado mi vida unos cientos de veces, siempre me renuevo porque aborrezco mirarme en el espejo y no reconocerme. A lo largo de nuestra existencia hay acontecimientos que sellan el suelo donde nos acomodamos y por más que restreguemos nunca nos descuidan, el tiempo suele ser un buen maquillaje para disimular lo que nos ha resquebrajado. Leí una vez que el miedo es un elemento de supervivencia que mediante el temor a que nos ocurra cualquier cosa aprendemos y salimos de las situaciones más engorrosas.
He tenido miedo tantas veces como me he renovado y algunos se han ido despedazando y agujereando por el camino, pero otros siguen persistiendo aunque no quiera darles vida porque ya no me pueden hacer mella como cuando me hacía creer mi hermano que los camellos de los reyes magos vendrían a por mí y me comerían, sí, la noche de reyes era la peor de mi vida, pese a los regalos que dejaban supuestamente los reyes ilustres debajo del árbol.
He conocido gente de todo tipo y también muy particulares, tenía una amiga que se psicoanalizaba, cosa que siempre me ha parecido interesante pero analizarme a mí misma resultaría aún más traumático que echar la vista atrás, otros se esmeran en ligar cada sábado por la noche sin conseguir presa alguna y ante la decepción nunca desesperan, están al acecho las veinticuatro horas del día y … ando yo, que debo ser una especie extraña impugnando cualquier elemento que lleve la palabra amor por algún lado, suelo salir corriendo a la primera de cambio sin dejar siquiera las huellas en el suelo para que no puedan encontrarme.
A parte de todo esto, no soy todo lo que lees, pero lo que lees, sí que conduce con huellas.
La noche se acuesta en tus hombros entre las almohadillas de tu carne y hueso encubriendo a tu nuca la inconsciencia cara que nos sufraga a un descenso lejos de la mesura.
La soledad es un saco roto envuelto entre el cuello gritando desespero en una puerta hinchada. ¿Que me quieres? No es una gran locura, es una densa paranoia en tus ojos a punto de lanzarse hacia un choque frontal contra ningún fin.
Lo he sentido más de dos veces y es más que suficiente para saber lo que no quiero porque mis miserias se componen del mar abierto que no ven tus ojos, ni los míos.
Mis experiencias triviales tocan fondo cada vez que alguien toca las hileras de mi orgullo junto al cenicero rebosado de insuficiencia, pero es mejor que estar esperando a ver si vuelves y caminar descalza en círculos en una habitación cuadrada desaprobando lo que tal vez algún día haga.
No sé si realmente pido lo que quiero o necesito querer sin tener nada a cambio. ¿Tú me lo puedes dar? Creo que no, porque hoy necesito el cielo y mañana tragarme en el lavabo, echando por tierra hijos de incógnitas.
Juguemos a ser niños descubriendo trazos en la pared sin acariciar al pánico en acto seguido.
Quiero recriminarle al pasado,
al que tanto quisimos cuando actuábamos
a ser mayores en un teatro teñido de rosa, y el que nos impuso las reglas del juego en un escenario a medio hacer.
No puedo despegar del suelo la puerta perforada después
de que tu mirada de párvulo me abandonara
sin un beso con sabor a sándwich, ni cuando mis palabras se apartaron de tus cristales por incógnitas de terceros
exhibidos en chupitos de Wishky.
Juguemos a ser niños y descríbeme la infancia en colores de papel, con la magia en la que ya no creo, la rebeldía que me sobra y el amor que nunca conocí.
No llego a recordar tan lejana nuestra edad, tan cercanas nuestras bocas y tanto tiempo pasado para acapararlo con la sonrisa de dos inocentes
en una tienda de marionetas.
No quiero que muera otra historia de Shakespeare, ni el primer reencuentro bajo dos sombras permutadas apostando a ser mayores.
Juguemos a ser niños y recuérdame más de una vez como se hacía, acompáñame de la mano, contracorriente; terminemos el escenario invertido
Dos siluetas se encaraman en el mismo sino descorchando botes de cristal con los dientes. Somos dos prófugas sin zapatos, destapando el bizcocho de chocolate devorado, yo huyo de él y sueño con todos, ella alterna en cada hombre de fin de semana Encargamos los mismos errores de norte a sur, busca un cuello caliente donde sosegar la cintura, sus recuerdos y su muerte colgada hace tres años. Hizo que mi vida se sujetara en la suya en el momento que la miré por primera vez, esbozada en una octavilla a carboncillo con la vista impenetrable, buscando a alguien que la reconociese con la mirada. Yo asiento deambulando por rincones observando a la gente y preguntándome si puede ser él tras la cortina de misterio el que me deje ver mi infancia en sus manos y volver a besar en la mejilla al niño de siete años. Somos irregulares pero caemos al mismo compás, sacamos las ruinas para adornarlas y hacerlas más útiles a nuestros ojos. Ella me enseña lo que no debo hacer. Yo la invito a sentarnos a vigilar los pájaros de noche. Dedicado a mi amiga Sara que aunque no lo sepa, también la escribo.
Con la coartada a cuestas me hundo al fondo del cenicero aún candente, sustraigo accidentes de intervalos y los incinero en las “calderas de Pedro Botero”. Con la distante inscripción en pretérito imperfecto se esnifa el mismo hedor, el hoy del mañana, el hola del adiós que me saben a las maltrechas palabras de un mediodía hendido. Las arrugas de los nudillos me susurran que un día fuimos gigantescos, que nos tomamos el mundo con las dos manos, dejando en frente al toro corneado con la franqueza sorda articulada como una Baby Doll. Los espacios transitan por nuestro peso recordando en círculos las sentencias discontinuas, se echan la siesta bostezando la última hora, caminan a hurtadillas las láminas mal colgadas en la pared, el agua, haciendo la última reverencia, las risas cerradas con alambre de hostilidad. Pero cada vez se pone el sol a deshora, lo miro con un efecto óptico lidiado sabiendo que todo tiene un principio y que nada tiene un final perfecto. Las bienvenidas se llaman primaveray las tierras paupérrimas … son los ojos de despedida de octubre.
Dibujaba aguas de acuarelas asfaltando aceras al vuelo dejando su aliento azotado en el exterior.
Llegó a infectarse de humores con sabor a llanto quemado, pero ahora se cuelga un velo de sonrisa y nos engaña a todos diciendo que es navidad.
En cada carencia se desliza lento y cree que cada vez se derrama menos.
Se mordía los labios aguantando a que él repitiera de nuevo, no entendía que el único amor se va mucho más deprisa que un mensajero sin cartas una vez al año, no sabía que las telarañas se olvidarían con el cielo roto escupiendo a las nubes.
Se cuelga de la piel ante sus únicas menciones, cuenta con esa voz íntima
y partida cuando nadie la mira, no se refleja en los espejos
ni tiene vida como Goulue, tiene mente de mujer escondida bajo las inocentes manos de una niña.
Anestesia los meses de otoño oliendo a húmedo y exhalando ausencias, prefiere el azul del cielo a las nubes rotas, las rosas blancas, el olor a lilas en el salón, un par de hojas, un bolígrafo sin tinta y volver a escribir sobre el mismo poema.
Mi lugar no tiene recinto de feria ni algodón de azúcar en el borde de la boca, caí antes de atraparme en la perplejidad sobria con un sorbo menos de ti con un trago más de nadie.
Se me ata la noche al flequillo cuando intento repararme del otro lado, mi revés me orienta hacia el norte y me viene una canción a fondo rasgado, allá tan lejos, donde las ruinas se hacen agua y se zambullen los ojos en una amnesia disfrazada de puta.
Aún está muy lejos para ver si te echaré de menos o de más, la duda desmayada me hace acelerar por un camino oblicuo, estéril, lejos de las pautas de los lunares.
Nos sostenemos solos con la única ayuda de quién nos vería caer, te he soñado y veo el ambiente más serio.
Son las ocho de la mañana cierro los ojos, observo a las sombras de mi espacio y me saludas como si nada nos hubiera alterado.
Un viaje más y te estaré lanzando a la vía del tren para ver el reflejo del rojo sangre en los raíles y educarnos para vivir como las piedras que yacen acomodadas entre barrotes oxidados y sin vida acallando los sonidos de nuestra cabeza.
Llegamos demasiado pronto tal vez a un viaje sin retorno firme, los billetes se intercambiaron por manchas rojizas donde nos escoltaba la arcaica corriente de soplo suicida.
Los lunares y el moho de un café solo despedazaron a nuestros monstruos de colores serios, de caras ligadas y de devaneos lapidando al frío donde tiritaban mis piernas.
Pudiera ser entre las ventanillas una irradiación que nos ciega sin cobardía de poder o querer, procurando no deshilar al tiempo cuando centellean panoramas indefinidos.
Pudiera ser cualquier cosa menos tú y yo retándonos en carriles inversos, escarbando por los bajos de un vestido inocente y sin vistas.
Los días llegaban en un desmedido cosquilleo para verter unas palabras en el ombligo de tu locura, escuchar tus humeantes alaridos por debajo del impreso con tu pulso y escarbar entre tus cientos de frentes y latentes palabras en una novela mezclada en bazofia.
Convirtiendo mi silencio en un enigma embestías contra mí por si reaccionaba y te mandaba por lo menos a la orilla de mi sonrisa, veté mi mala lengua por si te creía y se abrazaba de nuevo a la dureza de tu hebra sensible.
Malgasté sobrados movimientos desmañados al recorrernos en el espejismo de nuestra vida y otro, en la esquina de la calle mandando ilusiones desde lejos, se salvaron los pies como yo cuando empezaste a no violar a mi boca, pequeña y despistada.
Creo que te quería o que me provocabas por eso odio a los segundos en errores ingentes que estilamos en el hueco partido de una lengüeta, los daños negligentes se acuestan en la cintura y resbalan cuando no ven donde planear.
Aquellos hormigueos que maté de una estampida se lamen el recuerdo en un poema para nadie.
ACLARACIÓN: Éstos dos siguientes poemas son del mes de julio, por motivos digamos... desconocidos no los publiqué en éste blog.
Colar un buen intervalo y dejarnos con el mal sabor, cuesta tres años impedidos. Siempre pensé que era mejor asociarse con el pánico, donde el escuálido linde está contiguo a la temeridad.
Llegué pronto una vez para acabar llegando tarde a cualquier parte. Nada es peor que ver a la muerte hacerse valer acorralando los pasillos de noche hasta la demencia, mutismo, bajas presiones latentes en pasado redundante.
Se cuartearon las cifras de los calendarios, un minuto, mil noventa y cinco días, se vuelve a desmembrar la dicha en una cuesta en ida, sin camino de vuelta. Pateamos despacio para no despertar dejando la vista atrás y los pies caminando en vanguardia.
Echamos de más una lagrima de vidrio haciendo enlutar a los que estamos dentro y ahora el efecto cisne reseco. Nunca más hubo abrazo de consuelo, te quedaste dormida, desafiada, en el rostro de un sueño que no puedes narrarme.
A lo que hoy soy, a lo que seré, a tu nombre por ser el mío, a tus abrazos que me colmaban, a los sueños que siempre tuve y salías, a todo eso y más.
Si me siento a pensar que todo es un mal suelo, una abstracta pesadilla de imanes revelados, caeré en esa cuenta que tantos problemas me daba aún más que un tipo a mi costado descubriendo nuevo mundo a través de mis piernas. Pasadas las doce del mediodía aturdiendo a una mosca que se zarandea como dos avionetas diminutas, sigue el rastro, se golpea en una esquina y vuelve a retomar el vuelo. Creo que cada vez está peor la circulación aérea.
Auscultada en una madera de pino con sus piñas enclavadas me sostengo por un lado y me arraigo a la otra mitad de la nada, cultos enturbiados en donde nadie sabe mucho menos yo, que aún ando entre cabezazos de una vida que me agota y me da fuerza tras cada golpe remitido. Hace días que no llueve y echo de menos siempre algo que me suele faltar, debe ser el mal día con el sol en hora punta o que huele a Septiembre.
Existen tres personas discutiendo para salir vencedor de cumbres rocosas cada vez más inútiles en sus escaladas, nadie es perfecto, es mejor así, yo los adoro aunque de vez en cuando tenga que salvarme a mí también. Se agota el tiempo, aquel minutero embustero donde un día pasa más largo y otro se retuerce mil veces más hasta brotar rápidamente a su lugar de trabajo, porque todo o casi todo es una obligación y una respuesta más allá de lo que queramos hacer o decir con palabras meramente halladas en el subsuelo. Hay silencios que me dan ganas de llorar, es como una última súplica tras el comienzo de un fin, no es la muerte, es una obligación, “el deber es el deber” de relacionar conceptos con algo más que un simple razonamiento, por falta de esfuerzo, cada día es un día menos y muchos darían más de lo que tienen por seguir acobardándose contra una vida más o menos viable.
Un golpe seco capta instantes felices en donde el minuto se pone cada vez más caro, en algunos momentos tengo miedo, ansias, y es una mala combinación, será lo que yo quiero que sea y hasta el momento, parece que no quiero nada.
Unos días fríos no se zanjan temblando pero se han retornado con la incitación entre las puntas del cabello contando de diez en diez, de cinco en cinco, de cero en cero.
Las muñecas rotas se deshacen de sus ojos convirtiéndose así en cadáveres delicados, reconozco sus dos manos lentas y sus caras en blanco y negro. Despliegan sus piernas y se van cantando una canción.
“Te abandonó la memoria, ganaste otro suelo. La tierra aquí no tiene color”
Surges de la simple tristeza a un cúmulo de chistes gastados, tres vueltas de llave y empiezas a entrever lo que nos disgrega tras los ojos apagados fragmentados del cuerpo.
A veces contestas con una voz, otras, tras colores invertidos las horas lentas atraviesan la puerta giratoria donde te espera tu fuga, y después, callas de verdad.
Las oportunidades cazan mariposas en una red de alambre, se dejan las alas de izquierda a derecha, los colores impávidos devorados por el ajamiento y la áurea fuente de brío sobre la sangre seria.
Empecé a temer al frecuentar al miedo, ése que aflora en las arterias cubiertas estallando en la nuca, eriza la piel laminada en un soplo íntegro haciendo trepidar las aves ciegas que mirábamos hacia arriba.
Permanecen mis manos sobre el óleo sordo y mis pisadas en dos espacios de polvo, no vengo a matarte tras mil puñaladas escaldadas en el suelo, no regreso para esconderme tras tu sombra en un ancho desgarro de dos palabras viejas.
Tu cuello, era una oportunidad, piel árida libre de escalar y arduo de sostener, mi boca descocada se condenaba por aquello, ahora estoy fría, de rostro azul y de cuerpo estoico.
No recuerdo la vista de mis manos cubriendo mis miedos, mis fríos y azules temores en una mirilla que traspasaba la piel agrietada de tanto golpear lo que no se puede ocupar.
Admiré al cuerpo extraño que me robaba el cielo, para dividirlo en fingidos placeres de coños azules, donde en la luz de la noche todos se vuelven ciegos.
En las ventanas se empaña el frío, están apocadas porque no resuena lo que era y sombrean un camino que no le hagan perderse en otra vuelta.
Tiemblan, como el poeta y su reloj de luna esperando salvarse de la pobreza de sus séquitos en aire de duendes apuñalándoles en cada verso.
Te suelo escribir braceando bajo el agua para olvidar a la vez.
Me sostengo asida a la sangre remojada sobre la que se alimenta el último buitre, estremeciendo la carne en un conmovido placer.
Se arrugan todos los domingos, son una vieja taza de té donde el penúltimo sorbo se marcha cuando la novena gota desfila en un barranco y el final yace en la primera piedra.
Hoy finjo tendida en el techo con una lámpara certeramente apedreada, me sustraigo unos años mal bailados y los arrojo al otro lado de la puerta, el tipo los acosa y tortura con retratos que ambiciona su designio.
Algo me desnuda a veces al resonar la última cerilla en mi ombligo, el recuerdo como enemigo, un húmedo trayecto que deja al descubierto el punto de estremecimiento.
El lapso amordaza el turno sucedido ahora llevará correas prensadas atrayendo cerca venturas y miedo, desviando la jornada en corrientes, pasiones, desamores y fraudes, crujido estridente que aprieta la sien y le conduce al despego inclinado.
Instantes en que la noche adormece silencioso, por poco mortecino mira por catalejos una luz pálida y fría que destruye el último sorbo que se queda deslustrada en la taza de mi mano.
Sí, finalmente el tiempo fallece mucho no nos dejó entre los dedos no le dio épocas a dejarnos con ganas de hambre pero aún nos queda algo de trecho entre los dientes, una sórdida manada de visiones postradas.
Revocará el mañana en tiempos de ahora, germinará con sonido estoico en nuestras camas y será un plazo a pagar en cuotas de vida dejando a su pesar minutos de dicha.
Pero … será otro cada día, un amante cálido y frío con lucidez atolondrada degustando lentamente el péndulo de la alborada.
El color de mi camisa desgrava los tonos desabridos, sucumben entre raptos diestros y se adormecen en una maleta que acopla caprichos de noche.
No puedo apasionarme por una frágil tentación, me adormecieron en un mal día con veneno de agua rosada y me encojo, cada vez, cada instante en que delatas a los botones con tus dedos.
Quisiera abastecer mi deseo en palmeras rajando a cupido y vengarme de las malditas flechas que se clavaron por mitades traspuestas entre tu aliento y mi lengua.
Una voz y una palabra tocarían el minutero que se colapsa en mi lado izquierdo, pero ya lo sabes, quisiera tapiar la pena de la camisa.
Suelo tramar alegres tristezas y abrochar lo que me dejan.
No suelo volar por caminos angostos en donde los ojos se plagan de hostilidad entre el claro oscuro de mi perspicacia y sólo me acojo a ella cuando me dan un paso con el recuerdo amargo y ocioso.
Los riesgos de la maraña son faros apagados, una flecha arrojada a la costura desigual de mi falda en el arqueo torpe de unas extremidades que sujetan el roce.
El pase de salida se encarama en el broche de mis zapatos bajo el aliento de bosques centenarios, ahora no puedo bloquear las andadas.
Si la vida me sonríe por hacer trueques en el pasado la besaría por el gesto y diría que tengo miedo a la confusión, a veces no sé si somos de carne y hueso o arena y polvo en un punto y final.
Se han olvidado en dejar en tu puerta un bocado mío, por ello, déjame erguida en tumultos de piélago no puedo beberte la vida por encargo de tus ensoñaciones y se engancha el pánico en la tela de los volantes.
Se baten amenazadores barrotes sobre muros de espanto, déjate en el pliego de una cuerda las sonrisas sordas y ahórcalas de una vez no dejes que yo las apriete primitivas, que se te apaguen las orillas de mis candiles aunque nunca estuvieron enfocadas a perder la boca en un segundo sin ensordecer.
Ante mis barreras, ante todos, el más revuelto es la noche endurecida con el alarido de hiel descolorida.
Sentimientos abruptos goteando en las manos de un tipo y otro viene a recoger lo que dejó de retales, tengo mirada exánime y una sonrisa que se empalma con el pacto de negrura de un paisaje deambulado.
No importa el engaño si se queda junto a su acera descansando mientras yo le miro de reojo y decido marcharme, no importa nadie más porque no consigo querer sin recordar los añicos de tela que se comieron la tierra.
Pero sí la ira que recompone cada estela de pared y me hace verle de nuevo con otra cara, con otros olfatos y con otro rencor, ávidos dientes sin tiempo todavía para amar.
Es una lucha entre la exasperante estación donde quieren llegar sus océanos candentes con la chispa vengativa de aquellos placeres donde su fulgor puede destruir sus ganas de quererme.
Se sobrecogen las ciegas verdades que caben en un puño de arena, sin átomos, sin color ocre asaltando razones incorpóreas.
Se enlodan las servilletas que se esconden sobre los muslos escrutando alguna actitud que se fue acomodando entre los pliegues para entregar las piernas vacantes, sin culpa, extendiéndolas exentas enredándose en el traspié de su lengua.
En una cuarta hora le enseño a no adulterar mentiras en su saliva eludiendo hacia reencarnaciones abrigadas.
No tengo paciencia para analizar verdades y ha girado para vivir entre bambalinas un gato negro al auscultar carnavales.
La cúpula de cristal se ha gangrenado como el murmullo doliente de unos brazos mutilados y hemos rajado al tiempo en cataratas de nuestros dedos, dedillos indelebles vagando a pasos cortos en las huellas diminutas de un reloj de arena.
Es el sonido a hojas secas pisadas por nuestras bocas que sofocan cada gramo de voz que se turba.
Apoyada en la contraventana se asoma mi frente como si hubiera un bálsamo allí fuera y lo de dentro parece correr a holocaustos que brotan a borbotones de la cama, miro a la calle y hay niños con bufandas.
Mientras, está todo sellado en masillas tostadas como un genio vestido de caco robando minutos de ventura.
Nuestra cáscara de cristal está aborrecida de los tiempos descompasados que concluyen y no regresarán a su lugar aunque oprimas con ganas los segundos.
Sin duda, nos veremos en otras vistas bostezaremos en otras manos pasando el turno a nuevos letargos... Tus ojos sobre cuadros no matizados, tus piernas desenfundadas en aluviones hollados.
Salgo de casa con la intención de romper la eternidad, sólo encuentro en la escalera un par de botellas vacías donde decoré con tizas los colores de una muñeca.
Manchas de grasa en el suelo de la cocina, no tengo ganas de limpiar la ceniza de mi rendición.
Tiemblo con escabrosa inseguridad, si las palomas pican en pan aguado yo soy la corriente donde fue mojado por no ser el afluente de causas perdidas.
Un bemol sostenido en mi cabeza que toca la nota perfecta.
Como pensar ser la cuerda con dos nudos si me creo el cuento de Blancanieves donde me muerde la manzana envenenada y el príncipe me quema con sus labios, cómo reparar mi cueva enterrada si aquella boca roja quiere atraparme.
Desayunos sin naranjas exprimidas, distancias que se alargan en cada pestañeo, ahogarme con el collar de perlas y sentir que nada fue un sueño.
MADRID
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Ahora está en la ducha. No nos hemos dicho te quiero al acabar, tampoco
hemos planeado un mañana. Ha llegado como una tormenta y aún suenan truenos
aquí...
Móstoles
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Entonces llegó, algo más tarde que los demás, cuando pensábamos que no
haría acto de presencia, apareció con su camiseta negra, sus vaqueros
desgastad...
El resentimiento de la oveja negra
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Durante mucho tiempo aquel rebaño vivió tranquilo con su pastor, su perro,
sus 72 ovejas blancas y su única oveja negra, pero de pronto algunas ovejas
tam...
BLA BLA BLA
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Qué quieres
si vivimos entre
basura en bolsas de prada
chantajistas que te cepillan la merienda
si están llenan las calles
de reojos
vis a vises en matorrale...
- la vendedora de frutas- breves momentos (POEMA)
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*Dura lo que dura la visita de un pajarillo *
*en el alféizar de la ventana *
*pero me cambia la mañana.*
*Muchos amaneceres son lluviosos y vento...
De Botones y Un Corazón
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*Se me fueron abriendo las costuras de la memoria: *
*ya me estaba acostumbrando a vivir sin ti.*
*Pero tus fragmentos estallados se han ido*
*buscando,...
Hace 14 años
Dicen que sonríes en la soledad y que de noche hablas a escondidas, que cantas y bailas con los espejos esperando alguna respuesta del tiempo. Dicen, dicen, pero tú no dices nada. De tanto callar, tú ya no dices nada. DELUXE.
Sin ser, me vuelvo duro como una roca si no puedo acercarme ni oír los versos que me dicta esa boca. Y ahora que ya no hay nada, ni dar la parte de dar que a mí me toca, por eso no he dejado de andar. Extremoduro
DISCIPLINA SECRETA
La casa como barco en alta mar de junio.
Las calles como trenes de noche sosegada.
Estas cosas no pasan en el mundo.
Estoy por afirmar que ahora vivo en un libro de poemas.
Pero si tú me miras, decidida a existir desde el fondo templado de tus ojos, también existe el mundo.
Y muy probablemente yo acabaré por existir contigo.