
Me silvas con sigilo mientras se disipan
tus dedos mezclándose entre mi columna y mi saliva
y te acoplas como si fuéramos un puzzle de cinco piezas.
En realidad somos dos extraños que se miran a los ojos
y tantean a tiras su vida dejándose los detalles en un café,
siquiera sabemos si mis versos en los que tú me ayudas sin saberlo
llegarán a alguna parte o se romperán como aquellos dardos
en una partida que ganaste con miedo a que tuviera mal perder.
Pero no sabes que también me río cuando me enfado,
que cuando me pongo seria estoy pensando
y que cuando tengo miedo te miro a los ojos
esperando un abrazo de septiembre,
y lo más cercano que encuentro es a ti.
¿Qué nos apostamos?
Ahora, sólo ahora,
estoy cansada de pensar.
Descubrimos dos palabras
que ni tú ni yo intuimos si van en serio
pero nos la jugamos dibujando trampas,
las ganas,
la cama,
una tregua o tres
y de momento ninguno de los dos pierde la partida.