
La noche se acuesta en tus hombros
entre las almohadillas de tu carne y hueso
encubriendo a tu nuca la inconsciencia cara
que nos sufraga a un descenso lejos de la mesura.
La soledad es un saco roto envuelto entre el cuello
gritando desespero en una puerta hinchada.
¿Que me quieres? No es una gran locura,
es una densa paranoia en tus ojos
a punto de lanzarse hacia un choque frontal
contra ningún fin.
Lo he sentido más de dos veces
y es más que suficiente
para saber lo que no quiero
porque mis miserias se componen
del mar abierto que no ven tus ojos, ni los míos.
Mis experiencias triviales tocan fondo
cada vez que alguien toca las hileras de mi orgullo
junto al cenicero rebosado de insuficiencia,
pero es mejor que estar esperando a ver si vuelves
y caminar descalza en círculos
en una habitación cuadrada
desaprobando lo que tal vez algún día haga.
No sé si realmente pido lo que quiero
o necesito querer sin tener nada a cambio.
¿Tú me lo puedes dar?
Creo que no, porque hoy necesito el cielo
y mañana tragarme en el lavabo,
echando por tierra hijos de incógnitas.